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/ 2008

(Per)versiones narrativas

Sobre el dolor como entretenimiento.

Pantallas. Un desfile de catástrofes, cuerpos arrojados al vacío. ¿Estamos frente al último éxito de taquilla o ante el noticiero de la tarde? ¿Importa realmente la diferencia? Las mil y una maneras de contar(nos) el dolor tuvieron su catalizador en 1937 con el incendio del dirigible Hindenburg, ampliamente registrado por un camarógrafo. La tecnología puesta al servicio de la conversión del horror, que en sólo cuatro días supo transformarse en fascinación proyectada. Setenta años después de aquel momento los desdibujados límites entre realidad y ficción parecen haber establecido una carrera sin retorno, como si sólo pudiera conmovernos que un cuerpo “real” se desangre. El presente artículo intenta esbozar pistas y desandar pasos acerca de la relación entre catástrofe, espectáculo y tecnología. Todo ello con el objetivo de contestar una simple y siniestra pregunta: ¿qué trama perceptual hemos tejido para adoptar sumisamente la condición de testigos impasibles?

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