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45. Tacto


Ubicarme.

Tanto que escribir. Abrumada.

Podría/tendría que estar completando la cuota para la novela que tiene dos días de atraso y no sé si lo lograré remontar a lo largo del mes o podría estar escribiendo la segunda parte de la primera nota que escribí para LID y que me tiene tan entusiasmada así que…

Pero.

Doy vueltas por la casa sin escribir una palabra. (La cabeza me da dos millones de vueltas y se llena de jeroglíficos). La siesta está fresca, preciosa. Hoy estoy adentro. Escucho el ronroneo de la heladera y unos cuantos pájaros. Un motor lejos que se aleja más y más.

Leo un texto precioso, precioso, de Leonard Cohen que acaba de morir.

El pájaro enloquece, chilla. Chilla fuerte. No se oye otra cosa en el barrio. Afuera el pájaro, adentro la heladera. Yo adentro. Leonard en el más allá de su palabra.

Ahora es el ruido de una rueda por el camino de tierra. Mejorado. Tierra y piedra son el margen de mi casa. La bicicleta pasó. Una persona pasó por el frente con la ráfaga cansina de las ruedas que dejan surcos.

Pájaros otros. En la plaza. Vivo frente a una plaza.

La campanada de la iglesia que está bien lejos pero llega.

Ignoro la razón por la que el sonido se hace presente cuando le toca al tacto.

Apoyo la boca en mi mano. No. Me llevo la mano a la boca. Dejo que mi cabeza descanse sobre ella. Abandono el gesto para reproducirlo en palabras.

Pongo punto y lo repito automáticamente. Será mi modo de leer lo que acabo de escribir, cada vez. Punto y la mano a la boca. Como un puño semicerrado. Como ahuecado para soplar adentro.

Maderas. Algo que se cae. Una moto.

La vida frente a una calle de mejorado de barrio suburbano de ciudad vecina a ciudad de provincia, no importa en este caso que sea capital, te da cierto sentido elemental del gesto estereofónico.

Ahora tras el punto llevé las manos a los muslos.

En la casa de al lado acaba de caerse un escobillón. Cierran un portón enfrente. Los pájaros pasaron al bajo perfil, no son más que un colchón constante de pequeños trinos. Chingolos. Alguna intervención cascada de una tacuarita.

Volvió el gesto de la mano a la boca. La derecha. Creo que no lo dije. Es siempre la mano derecha. La izquierda suele ir al muslo. Tengo un tic y no lo sabía. Me toco. Me ubico.

(Recién hubo un largo, larguísimo silencio entre “(…) lo sabía.” y “Me toco.” Tendría que graficarlo:

Tengo un tic y no lo sabía. Me toco. Me ubico.

En ese silencio durante el cual los pájaros y la heladera siguieron su travesía yo no escuché nada. Tampoco moví las manos. Las dejé sobre el teclado.

Ahora me vuelve a pasar. Toco las teclas en la posición mecanográfica correcta. Soy QWERTY. Mis manos están listas para seguir. Los pulgares en alto, suspendidos. La izquierda pronta en ASDF. La derecha como siempre en ÑLKJ. Escribo con los diez dedos. Por eso el silencio tiene este gesto cuando me animo a seguir en contacto con la máquina después de un punto. A veces es un momento intenso. El de allá arriba lo fue. Antes de decir “Me toco”. Escribir está lleno de intensidades intraducibles, repleto de vacíos.

Tacto, manos y escribir son conceptos casi indiscernibles para mí.

Ahora pienso tacto y pienso piel y me transformo. Soy gigante. Pienso en la cantidad infinita de piel que silencio QWERTY ¿iba a escribir “me rodea”?

(tocar los músculos los órganos los huesos el tejido la conectividad el agua)

Miro arriba. Dice “repleto de vacíos”.

Punto aparte. (Cuando digo punto siempre digo punto aparte. Punto seguido es como una coma recargada. Si digo punto, es punto aparte). Cambió el gesto. La mano abierta sostiene la cabeza. Es la derecha nuevamente. Transpira. Está fría. Lo mismo los pies. La izquierda al muslo izquierdo. Fría también. La siento perfectamente porque esta mañana me puse un short que iba a tirar por viejo y deformado. Estaba a mano y me resultó práctico ponérmelo. Los pies también los tengo fríos. Se me fue la mano me parece, me desabrigué. No hace tanto calor. Estoy en ojotas. Mis pies no apoyan el piso. No estoy en mi escritorio así que las alturas no me convienen. Mi escritorio es una mesa y mi sillón se regula.

Pasó el tiempo.

Mi celular sonó en la habitación. Busqué el mensaje aquí, a la vuelta, en el navegador. Damos constancia. Nos reconocemos. El cursor acaba de subir solo como si quisiera que escriba algo más en las frases anteriores. Le digo que no. (Pero tenía razón, porque después de un rato subo y escribo “Damos constancia. Nos reconocemos.” No estaba en la línea original. Lo agrego cuando entiendo la indicación). Le digo, al cursor, que me leo arriba y que no me voy a corregir. Que dije “Mis pies no apoyan el piso” y que eso está bien. No lo está pero lo está. No era lo que quería decir pero lo dije. No era lo que pensaba pero era lo que sabía y el tacto de mi pensamiento me lo reveló.

Escribir es tocar lo que pienso.

Hubo una situación que me trajo hasta acá. La que resolvió que entre las múltiples tareas de la lista del día de la fecha, donde se destacan las que empiezan con escribir, escribir y escribir haya elegido (pienso “me haya decantado por” y le encuentro cierto encanto) esto. Escribir esto.

Antes de venir a la máquina pensé que no lo haría. Y me paré frente a la ventana. (La foto es meramente ilustrativa. Esa no soy yo, es la Cati, en mayo). Pensé que en realidad no se escribe solamente en el momento en que se escribe sino que es una actividad de tiempo completo. Completa.

Y miré la luz preciosa del jardín. A través de la persiana blanca.

Entonces una brisa fresca entró. Tenía la cara cerca de la persiana. Parada haciendo nada y escribiendo sin saber. Así como ahora sentada escribiendo nada y haciendo sin saber.

Acomodo como puedo los pies, con los talones bien altos. A veces hacia dentro, apoyando sobre el lado externo. No puedo apoyar completamente los pies en el piso. En casi ningún lugar. Cuando me siento. Me sonrío por lo que acabo de decir. Cuando me siento tengo los pies en el aire. Me sonrío porque siento de sentir además de sentar los pies. Tengo ganas de relajar el cuerpo y apoyar la cabeza sobre el teclado como si a él también lo pudiera escuchar. Tengo ganas de tomar mate. Tengo un poco de frío. Se me pegan las piernas en la silla.

Algo me dice que es hasta acá. (Y esta frase no es críptica, pero si la leo con una décima de literalidad, me da miedo).

Hoy me toca hasta acá.

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