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44. Lispector


Gracias a Facebook puedo llevar la cuenta exacta de uno de los errores más grandes de mi vida. Sé que viví 45 años sin leer a Clarice Lispector. Y eso es imperdonable. Por suerte en abril de 2011 a Juan Forn se le ocurrió escribir una contratapa...

A ver si nos entendemos. Tuve que interrumpir porque yo trato de armar algo acá, no sé, una anécdota, un mínimo de hilo narrativo ovillándose desde mi recuerdo y buceo por la red para hilvanarlo y voy y así nomás me encuentro con esto:

Amanecí con cólera. No, no, el mundo no me agrada. La mayoría de las personas están muertas y no lo saben, o están vivas con charlatanismo.Y el amor, en vez de darse, se exige. Y quienes nos quieren desean que seamos eso que ellos necesitan. Mentir da remordimiento. Y no mentir es un don que el mundo no merece. Y ni siquiera puedo hacer lo que una niña semiparalítica hizo como venganza: romper un jarrón. No soy semiparalítica. Aunque algo me diga que somos todos semiparalíticos. Y se muere, sin siquiera una explicación. Y tener empleadas, llamémoslas de una vez criadas, es una ofensa a la humanidad. Y tener la obligación de ser lo que califica como de buena presencia me irrita. ¿Por qué no puedo andar en harapos, como los hombres que a veces veo en la calle con barba hasta el pecho y una Biblia en la mano, esos dioses que hicieron de la locura un modo de entender? ¿Y por qué, sólo porque escribí, piensan que tengo que seguir escribiendo? Les avisé a mis hijos que amanecí con cólera, y que no me llamasen. Pero yo quiero telefonear. Querría hacer algo definitivo que reventase junto con el tendón tenso que sostiene mi corazón.

Es lo que tiene leer a Clarice. Es muy difícil escribir después de eso. ¿Para qué? ¿Qué absurdo motivo puede llevarnos a bucear y traer una palabra detrás de otra después de la " " #noexistemododedecirlo #nohaypalabraquelleneelvacíoquellenaellaconsupalabra

Después de ella, ¿qué?

Estoy cansada. No de este cansancio infinito y profundo de Clarice, que ruge en ese fragmento de "Dies irae". Texto escrito unos meses después de estar en el hospital internada por el incendio. (O en el hospital, no lo sé). Nadie que sufra un incendio puede decir "un" incendio. Siempre será "el incendio". Ese fue el incendio de Clarice, dormida con un cigarrillo en la mano. Yo me estoy durmiendo sin fumar, cosa que no hago hace años y años. Fumar. Viajé todo el día por puro placer. Me caigo de cansancio. Pero me enciendo en el texto que se mete en mis ojos mientras busco cómo decir algo de alguien que me dice todo el tiempo.

La lista con la que trabajo semana a semana desde el primero de enero ha asumido el don de ser profética a fuerza de mi voluntad de mirar fijo qué es lo que resuena en mí, eso de lo que se supone tengo que ser testigo. El huevo o la gallina como siempre. El efecto placebo. Esta semana es "Lispector" y no tengo nada en mente, nada que asociar, nada directamente. Esta semana que pasó quiero decir (escribo el domingo por la noche). Pero creo en mi lista. La creo y creo en ella. Algo tiene que haber. Algo me está diciendo Clarice en noviembre. (Qué hermoso título ese, "Clarice en noviembre").

Me doy cuenta que toda la semana estuve pendiente de escribir o escribiendo. Empezó el NaNoWriMo y eso es mortificante y estimulante en partes iguales. Muchas horas culo pantalla. Mucho contar palabras. Cuando no das más sale lo mejor. Sale solo. No sos vos quien lo estás dando. Encima encaré un proyecto con un personaje que habla a cuentagotas. No, es verborrágica, pero muy austera en su decir. De a 500 palabras con mucha suerte. Sabés como se transpira para llegar a las 1667 diarias que te pide el promedio... (Ya conté del Nano en alguna parte y lo debo haber linqueado ahí arriba, ¿verdad?)

No hay link por ahora. No hay cigarrillo. Pero me duermo. Sin peligro de incendio. Con constante peligro de semiparálisis. Por eso escribo, a pesar de Clarice. Gracias a Clarice. Y a Heidi, cómo no. Mañana será otro día. Ya veremos cómo sigue esto.

/ / / / /

Hoy es lunes por la mañana, son apenas las nueve y hace mucho calor. El Pancho ladró toda la noche. Es una costumbre nueva que tiene, no sabemos qué le pasa. Ladra y ladra y ladra y ladra. Me despierta. Yo duermo siempre de un tirón profundo. La interrupción del Pancho me saca del eje del sueño y aunque me vuelvo a dormir siento que no descanso. Ahora estamos los dos con cara de sueño. Encima lunes. Encima semana 45. Yo debería estar escribiendo. Yo estoy escribiendo.

Esa es la Conexión Lispector (otro título bueno). La semana no para de decirme que escriba en múltiples formas. La novela, el blog y ahora ocupardeunabuenavez un espacio ofrecido tempranamente, en un medio que se parece a otros medios pero que es completamente diferente y es en su diferencia donde encuentro lugar. Ya debo haber pensado una docena de versiones de la nota que espero tener lista para cuando termine la semana 45 que acaba de empezar (no sé qué palabra me toca). Las palabras me tocan. Esta semana me tocó Lispector. Varita. Hada madrina. Cuando reencarne quiero ser ella. Si se puede evitar el incendio, mejor. No. No se puede evitar el incendio.

De todas las plumas que me han convulsionado la de ella, la de Clarice, ha sido la más esperanzadora. Porque hay magia en mucha literatura, si (no hace falta que diga que pienso en Rayuela de Cortázar). Pero hay ciertas escritoras (ajá, mujeres sobre todo) que me sacuden de una manera determinante. Pienso inmediatamente en Alejandra Pizarnik y en Sarah Kane. Oh si. Ambas suicidas. Hay más, claro. Pero con semejante muestra para qué seguir. Pasa que en esta semana, junto con el material que recuperé de unos tres años atrás para seguir el caminito borrador de una novela que vaya uno a saber dónde terminará, apareció una cita que me hizo pensar bastante en esto que al fin creo que estoy entendidendo. (Me enredé como loca pero ya llego al punto. El Pancho ladra de nuevo y marca territorio, orina bah, mea, no al lado de las plantas ni del tronco del arbolito japonés del patio no, lo hace en el medio del pasto. Se nubla. Está todo un poco raro).

La cita dice:

"No hay superficie bella sin una profundidad espantosa." Nietzche, F. (1869-1872) El origen de la tragedia

Clarice tiene la belleza de las plumas suicidas, pero lo de ella fue un incendio (que tal vez la llevó hasta) un cáncer de ovario y el fin. Sus palabras nuevas fuera de nuestro mundo para siempre, un día antes de cumplir los 57 años.

Creo que siempre tuve miedo de ponerme a escribir profundamente. O bellamente. O las dos cosas como diría Federico. No importa que lo que construya no llegue ni al talón de la hoja borrador más abollada del cesto más descuidado de la casa más olvidada de cada una de estas mujeres asombrosas. Mi viaje personal para revelar algo de la belleza que me es accesible tiene el mismo tinte ambiguo, desestabilizador, fascinante y ominoso. Y soy vitalmente fanática y no quiero tener ganas de morirme y Clarice me da la oportunidad del descuido. Incendiarse. Dejarse dormir. Qué mujer más fuerte. Cuánta generosidad.

Aquí en este enlace está la contratapa del Página 12 escrita por Juan Forn donde se habla de Lispector. Es lo que posteó en Facebook CM y que me permitió leerla por primera vez hace apenas 6 años. Es un texto precioso el de Juan. Dice cosas como estas para decir las cosas que decía Clarice:

Si me conceden una breve incursión por la autopista de las generalizaciones, nadie entiende mejor el precio de la vida, en todos sus sentidos, que un judío. Y nadie entiende mejor la paga de la vida que un brasileño. Si esas dos naturalezas convergen en alguien, y no se neutralizan, se potencian de manera inconcebible. Uno de sus traductores, Gregory Rabassa, dijo una vez: “Si Kafka fuera mujer y brasileña, si Marlene Dietrich escribiera...” Yo lo diría así: no hay nada más glorioso que una mujer loca de amor por la vida, y nada más pavoroso que una loca de amor por la muerte. Lispector era las dos. Reaccionaba con todo su cuerpo a cada primavera (“Siento un perfume de polen en el aire. Tal vez sea mi propio polen”), era capaz de salir a la calle un día de sol después de una gripe y no poder contenerse de decir, a quien quisiera escucharla: “Qué lindo es estar con los demás”. Y a la vez escribir: “Después de morir no se va al paraíso: el paraíso es morir. Lo que llamo muerte me atrae tanto que sólo puede calificarse de valeroso el modo en que, por solidaridad con los otros, me aferro a lo que llamo vida y, a pesar de la intensa curiosidad, espero”.

No tenía mucha idea de cómo cerrar esto (sigo sin tenerla) así que me fui a ver cuál es la palabra de esta semana.

Tacto.

Hoy es lunes y es tocar lo que se me exige, la palabra me toca, me toca tacto y mi mano va de la tecla a la nariz a la tecla a la mesa a la cara de una mujer porque la tecla te lleva al tacto de zonas que no podrías haber imaginado tocar nunca y la cara si la cara de Clarice antes del fuego antes de la despedida llena de intensa curiosidad está ahí porque está acá traída por mi tacto mis teclas mi personal viaje acompañado de los fantasmas y las filiaciones que se eligen si lo hacemos lo hacemos bien 45 años estuve sin leerla un gran error el mismo número de esta semana del año que empezó cuando la de ella había terminado.

Me cuesta cerrar. Debería haberle dedicado muchísimo más tiempo. No pude escribir por andar escribiendo. Y ahora me toca tacto. Por eso otra foto de ella. Y basta. Y agradecimiento.

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