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22. Mi blogario es mi diario ¡al fin!

Miércoles 1 de junio de 2016. 14:07 hs Querido Blogario: Te mentí. En diciembre te mentí descaradamente. ¿Cómo vas a ser mi diario? No sabía lo que decía, disculpame. Soy una arrebatada. Pasa que siempre quise hacer algo tan metódica e íntimamente que a la larga resultara brillante, es eso. Andá a saber por qué “el diario” era una fantasía de lograrlo. Bah, sí sé por qué. ¿Viste algo de los de Anaïs Nin? ¿O de la Woolf? Esta semana no paro de encontrar citas de los de Alejandra (no me los compré porque dicen que la familia los censuró, pero estoyquenomeaguantomirá). Se ve que por algo yo diario no, nones.

Ah, bueno. Pegué un PDF en la web que me explica clarito clarito lo que le hicieron a los diarios de Alejandra, y bastante de lo que pasa con la publicación de los diarios en general… / / / / /

Estaba firmemente decidida a poner un fragmento de ese texto, que es de Patricia Venti (y que está en la web que ya habré linkeado ahí atrás, supongo). La autora me da curiosidad así que la googleo, termino en su Facebook enterándome que hace cine (si es que se trata de la misma persona, toda mi investigación se reduce a que en la data coincide Venezuela como lugar de origen, pero convengamos que es bastante poco, o no). Lo mejor es que sus posteos me recontra atrapan y llego así a un señor que era un perfecto desconocido para mí hace unos momentos atrás [cambié a pluma fuente, no sé qué le pasa a la roller] llamado Harun Farocki. (Me lo imagino sentado en un banco de plaza con Patricia, ambos con vasos de plástico llenos de café caliente, en un día gris y frío como todos los días en los que estamos sentados esperando que alguien nos encuentre y comparta nuestra vida. Pero se tienen, están apacibles y en alguna medida gozosos apretando las manos contra el plástico caliente, y tomando de a muy pequeños sorbos).

Harun fue un cineasta alemán que falleció en julio de 2014. Así lo presenta la Wiki, aunque el hombre nació en Checoslovaquia. ¡Ah, bien! Ahí leo que se agrupó y manifestó que el cine de su época estaba perdido junto con directores como Werner Herzog. Y que fue muy crítico con Fassbinder y Wenders “por abstenerse estos a la idea de película que todo el mundo puede esperar”. Me cae bien Harun.

Hubiera querido seguir por acá pero Face me llevó para otro lado. Antes de internarme en ese nuevo camino, voy a hacerle el honor al checo alemán y copio la cita de Patricia que me llevó a buscarlo: “primero cerrarán los ojos ante las imágenes, luego cerrarán los ojos ante la memoria, luego cerrarán los ojos ante los hechos, luego cerrarán los ojos ante todo el contexto” (”Fuego Inextinguible”, 1969).

Me distraigo de todo porque en Face aparece un video del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación preocupado por la violencia contra las mujeres. Lo colgaron hace tres horas. Conclusión: los focus groups les dan que la marcha del #NiUnaMenos del 3J va a ser brutal. Un gobierno que muestra su desprecio hacia la mujer de mil maneras distintas se “preocupa” repentinamente y brinda una línea telefónica como solución a horas de una marcha que es un solo grito, porque queremos dejar de morirnos, sólo eso.

Hoy leí un análisis impecable sobre la publicidad oficial, también en Facebook, de VeRa Rex:

1 de junio a las 9:25 · A un día del ‪#‎NiUnamenos‬ La publicidad oficial ("todo es posible juntos") apesta de misoginia disfrazada de pluralidad... 28 personajes "para que funcione una escuela"...todos VARONES, desde EL ministro EL gobernador EL intendente hasta EL que construye EL que hace la campana EL "empresario que hace el jabon en polvo" EL que hace tizas y borradores (¿netbooks? ¿tecnología digital? ¿para qué la querrías, niño pobre?) Las únicas mujeres son la seño y la de la mercería que vende pitucones para las rodillas (¿para qué quieres ropa nueva, niño pobre?) En la publicidad de "empezás el lunes" IDENTICO esquema: EL carpintero, LOS hijos del del carpintero, EL de la maderera, EL que pone la pizeria, EL pibe que lee el aviso clasificado ... Mujeres? La mamá "para que le planche la camisa" La novia "para que le mande un mensaje con corazoncitos" La embarazada...bue...para que tenga los trillizos La piba que "le salen las cuentas" en la carpintería, pero no sabemos si es merecedora de la herencia como "los hijos varones" Las mujeres para adornar la escena. Esta película ya la vi.

Ay. Me agoto. Salto de una cosa la otra pero no, eso es una sensación, no hay otra en cada cosa sino yo partiendo de una a la otra, partiéndome, recuperándome, construyendo o devanando idiosincracia, diletándome, enfriándome las manos y los pies, calentándome de rabia en un universo lleno de psicópatas.

El 25 de Mayo se hizo un twitazo “en el que miles de mujeres contaron en primera persona su propio encuentro con la violencia”. Leí, por ejemplo, a alguien que unos cuarenta años después contó por primera vez que fue abusada a los 10 años. Pensé en todas las mujeres que conozco que han sido víctimas de violencia y después de un rato, largo rato, como de veintisiete años, caí. Yo también. Lo máximo que he dicho hasta ahora del tema, y hace muy poco, es “si, fue feo”. Y es impresionante la forma en que eludí todos estos años la historia que me trajo a vivir a Santa Fe. Ya lo dije ¿no? Veintisiete años. Desde el ‘89 que me vine para acá, porque mis padres estaban acá, y porque viví UNA SOLA situación de riesgo. No lo soporté, y mi única manera de hacerme fuerte fue abandonarlo todo, poner distancia.

Claro, el argumento del que me agarré todos estos años fueron mis viejos, ahora me doy cuenta. “Mis viejos eran de acá y me vine”. (Cierto). “Mis viejos eran de acá, se pusieron grandes y volvieron y bue, después me vine yo”. (Cierto también, pero muy parcial). Mientras la verdad es que yo era una ex-trotskista que estaba de novia con un peronista que no entendía del todo lo derechosísimos que eran sus compañeros. Y cuando lo entendió, a fuerza de chicanas y pánico (porque aprovechaban su nueva relación para ser abiertamente sádicos en sus comentarios) entró en una crisis psíquica total que nos convenció a ambos de que estábamos siendo perseguidos. (Año 1988. La historia nos enferma de muchos modos. Un buen análisis político del momento me hubiera dado calma, pero estaba enferma, enamorada de un enfermo, en un país enfermo. Se hace lo que se puede).

Nos íbamos a ir a cualquier lado, no aguantábamos la presión (hagan una prueba, convénzanse de que los están persiguiendo, y actúen así un par de horas por la calle, van a ver no uno, MILES de detalles que les dan la razón, es terrorífico). No podía irme sin contarle a mis viejos, que se horrorizaron y entraron en la fantasía general en un instante (incluso mamá me quemó unos cuantos libros, nunca se lo perdonaría). Pero el mapa del exilio cambió, porque mis padres se hacían de la partida, ya no poníamos rumbo al sur sino al litoral, sus pagos.

Pero tienen que casarse”. “Bueno”. La familia se preparó para recibirnos. Papá viajó. Y mientras tanto yo veía tan nervioso a A. que le pedí que adelantara el viaje y se fuera a Santa Fe, ya me sumaría yo cuando los tiempos lo permitieran. No sé si alcanzó a pasar un día entero en casa de la tía. Fue todo muy simple. Estaban en la cocina los tres, él, papá y la tía M. Lejos de tranquilizarse, A. estaba cada vez peor, hasta que le aseguró muy seriamente a mi viejo que mi tía tenía un arma escondida para matarlo. Fin del primer acto. Una frase y toooooodo un delirio colectivo caído. Mamá no lo toleró. Mamá había descubierto que estaba grande (tenía 61 años), que se sentía sola, que su amor por mi papá y nuestra super especial familia de tres estaba muy bien pero si tenía un problema no tenía a quién pedirle ayuda, y mamá había decidido volver a Santa Fe. Y no dió marcha atrás.

Papá llevó a mi novio hasta su casa, lo dejó en manos de sus negadores padres con todo el tacto que pudo pero antes pasó por el negocio (que yo estaba atendiendo con mami) y me explicó en poquísmas palabras lo que había pasado y lo que iba a hacer, y yo inmediatamente lo entendí. Un capo Cabrera. Siempre. Como cuando nos miraba con desconcierto a L. y a mi festejando abrazadas con lágrimas en los ojos, en la mesa de aquel bar, la noticia de que A. era un neurótico más del montón y no un psicótico (como su familia me había tratado de hacer creer a partir de un diagnóstico falso de esquizofrenia). Oh si, porque yo insistí (el amor, el amor) y mamá insistió (el miedo, el miedo) y la "vuelta” a Santa Fe era imparable, pero él se recuperaba lentamente y yo no lo iba a abandonar. Papá hizo todo lo posible para interpretar la psicológica alegría que manifestamos con L. y accedió a charlar con el psiquiatra de A. que, con sencillez y bajando más de lo necesario su discurso porque vio sólo el costado almacenero de mi padre, le explicó que no era conveniente que me sacara contra mi voluntad de la ciudad porque nadie se puede ir sin saldar sus cuentas.

Las posiciones estaban tomadas, nada era de un día para otro pero tanto mami como yo construíamos el futuro que queríamos y no íbamos a compartir geográficamente. Papá me pidió disculpas, me dijo que me entendía pero que entre una opción y la otra tenía que seguir la decisión de su esposa, y que por lo visto era inapelable.

Pasó el tiempo, conseguí trabajo, hice contactos que le permitieron conseguir trabajo también a mi novio, que hacía terapia y se recuperaba. Incluso se anotó en la nocturna, terminó el secundario. Papá vendió el fondo de comercio y liquidó su negocio (el almacén, o mejor dicho la “Panadería Argentina”, el único de sus emprendimientos privados de los quichicientos que había encarado en la vida, que le había salido bastante bien). Se mudaron a la casa de mi tía hasta instalar el negocio en su nuevo destino y ver cómo hacían con el departamento en Morón. De golpe yo vivía sola, trabajaba, estudiaba psicología, tenía novio y le ponía mucha pila al asunto, lo sostenía con toda la energía del mundo. Yes we can.

Entonces llegaron las fiestas y mis primeras vacaciones laborales, así que nos fuimos a pasar año nuevo con mis viejos a Santa Fe. Me acuerdo que todos bailamos cumbia en el frente de la casa de mi tía, prácticamente en la calle. Ese debe haber sido el último buen momento. No sé qué fue, pero lo presentí. No pasó nada, no se dijo nada, nos fuimos a dormir, cada uno por su lado como correspondía a la moral de la casa, pero yo estaba muy inquieta. Cerraba los ojos y tenía imágenes horribles, yo, que nunca veo nada aunque haga fuerza (sólo veo cuando estoy viendo). Y sabía que era por él. Y a la mañana ahí estaba otra vez el delirio paranoico capturándolo, meses después en el mismo punto. No le pedí ayuda a nadie, esa vez fui yo la que le sacó el pasaje, lo acompañé hasta al micro y lo dejé ir.

Me deprimí. Mucho. Me quedé los días que me quedaban de vacaciones (que incluían el cumpleaños de él) y volví a Buenos Aires. Estaba decidida. No podía seguir construyendo en el aire. El amor no me alcanzaba. No alcanzaba más. Me fue a buscar a la salida del trabajo el primer día. Caminamos mucho, charlamos largamente. Se había afeitado, parecía un patito mojado sin su super imponente bigote. Se lo expliqué con toda la delicadeza que pude. Desde ese momento su camino y el mío no seguirían la misma línea. Me había hecho muy feliz pero ya no y necesitaba otra cosa. Todo bien.

Pasó algo de tiempo, no mucho. Decidí concentrarme en la facultad y el laburo. Me gustaba vivir sola, era toda una experiencia nueva. Tenía 23 años. Me anoté para cursar algunas materias de verano en la facultad. Una noche terminé tarde en la sede de Psico de Hipólito Yrigoyen y me crucé con un amigo con el que había militado. “Ahí lo vi recién a tu compañero, está en la puerta esperándote”. “¿Cómo? Mmm, nop. Ya no es mi compañero”, contesté. “¡Ah! No sabía, pero estaba ahí parado, pensé que te esperaba.”

El diálogo me puso en alerta. En ese momento preciso sentí que había peligro, de ahí la reacción. Pero me hice la guapa. Salí. Efectivamente, estaba ahí, aunque ni siquiera me esperaba abiertamente: se había escondido (mal) en una zona un poco penumbrosa de la vereda de enfrente. Pensé en ir a casa de L., pero estaba de vacaciones. Pensé rápido en varias amigas que vivían en el centro y no, no había nadie, muy febrero. Aparte me pareció exagerado de mi parte, y era muy feliz en mi precioso y amplísimo departamento de tres dormitorios para una sola persona, me iba a casa, al oeste, donde está el agite. Listo. Caminé hasta la estación Once del Sarmiento. De vez en cuando chequeaba y efectivamente, A. me seguía.

No me subí al tren que salía de inmediato sino al siguiente, para tener asiento. Pasó un rato y apareció en el vagón, haciéndose el sorprendido. Me hizo reir. Le dije que sabía que era una farsa, que me había seguido varias cuadras… Pero todo se relajó, se trataba simplemente de estar un rato conmigo y poder hablar un poco más como buenos amigos de lo que había pasado, y te puedo acompañar, y claro, dale, vamos a casa.

Llegamos al depto de Morón tarde, tardísimo. Supongo que tomamos algo, no me acuerdo. Mate, o café. Me sentía tan madura. Hacía todo lo posible para contenerlo. No quería por nada del mundo que se sintiera mal, y sabía lo difícil que era para él, que la remaba como podía. Pero ya no podía contar conmigo. A la madrugada yo estaba agotada por el cansancio, por la conversación y faltaba sólo un rato para arrancar de nuevo, así que le pedí que se fuera. Me dijo que no. Primero me reí. Después me di cuenta que me hablaba en serio. El miedo intuitivo que había sentido en la puerta de la facultad se me hizo carne. Quise razonar con él. Imposible. El discurso fue a parar a cualquier parte. Básicamente, su posición era que él no merecía semejante maltrato, que yo lo echara como un perro. Me asusté. Quise salir de mi casa. Me agarró de la muñeca cuando había alcanzado a bajar el picaporte. Me tiró al piso. Cerró la puerta con llave y se la guardó. Se puso a caminar de una punta a la otra del departamento mientras seguía quejándose e insultándome.

Apenas lo escuchaba. Me quedé parada al lado de la puerta pensando en las llaves de mi mamá, que estaban colgadas de una maderita en la pared de la cocina, a un par de metros. Es muy rara la forma en que uno piensa en situaciones límite. Lo hice con mucha frialdad. Calculé los tiempos del recorrido de A. por el pasillo y sin mirarlo, cuando supe que estaba en el extremo más lejano (tampoco para tanto, habrán sido como mucho diez metros) me abalancé al segundo juego de llaves, abrí la puerta y me prendí al timbre del vecino. Él me alcanzó y empezó a tironearme para meterme adentro, hice una soberana fuerza para no permitirlo y supe que los vecinos estaban abriendo la puerta cuando el apretón en el brazo cedió.

A esa altura mi frialdad se había ido al carajo por supuesto, temblaba y lloraba como una marrana. La puerta del departamento de al lado apenas se entreabrió y mi vecina asomó la cara. A. cambió inmediatamente, pasó a

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Viernes 3 de junio de 2015 15:23 hs.

Lo que pasó acá fue tiempo. De toda clase. Y en un rato salgo. Hoy es la marcha por el #NiUnaMenos, que me puso en contexto para interpretar mi propio pasado. No conservo ya la pulsión del relato que traía el miércoles. Pero seamos justos con la historia, hagamos la desangelada versión corta: la vecina no abrió, giré en mis talones y subí la escalera sin saber adónde iba a terminar, él no me siguió, llegué al cuarto piso donde me dieron cobijo (D. que cumplía años el mismo día que mi mamá, no sólo abrió la puerta, me consoló y cuidó con un cariño que no voy a olvidar jamás). Llamé por teléfono a Santa Fe (y le conté a mamá o a papá lo que pasaba, no logro acordarme con cuál de los dos hablé). Dormí en el living, tirada en el piso sobre una frazada, después de llorar lo más silenciosamente posible.

A la mañana siguiente D. me acompañó hasta mi casa, pero vimos que la llave estaba puesta por dentro, A. seguía ahí. Me comuniqué con su familia que no hizo nada. Después de varias horas hablé con su hermano y le dije que si no intervenían iba a tener que llamar a la policía, que era lo último que quería hacer en la vida, al fin lo vino a buscar con un amigo. A. los recibió y accedió a irse con la condición de darme la llave personalmente. Acepté, aterrorizada. Subió él los cuatro pisos, tocó el timbre, abrí con D. de guardaespalda. Extendió la mano con el llavero de mami que me había sacado de la trampa. Lo agarré. Ni siquiera me miró. Nunca más lo volví a ver (me pareció cruzarlo una vez en Av. Corrientes, pero no puedo asegurar que fuera él).

Unas cuantas horas después llegó papá, que se había tomado el primer micro que consiguió. Volví al departamento recién cuando llegó él, con él. El comedor era un desastre. Una cantidad infinita de objetos estaba arriba de la mesa, en una especie de escultura macabra. Me acuerdo especialmente de dos cosas: la tierra de las macetas desparramada y la plasticola roja chorreando en las paredes. También me acuerdo que A. escribió algunos comentarios en una carta que había arriba del televisor, que me había escrito mami y en la que me pedía que fuera fuerte y me valorara, sugiriendo que mi relación con él era problemática. En realidad no eran comentarios, en el contexto la intervención de A. sobre la carta era lisa y llanamente una amenaza a mi familia. En ese momento decidí irme a vivir a Santa Fe. No daba más. No podía más.

Papá y yo limpiamos la casa en silencio. Le conté mi decisión y me dijo que estaba de acuerdo. Renuncié al trabajo. Me despedí de mi psicoanalista no sin antes tener que ser muy enfática para que entendiera que el tipo estaba brotado y no era una “simple” calentura por el cierre de la relación (es siniestro entender a esta altura esa lectura retrógrada). Sólo pude despedirme de mi psicólogo machista, mis amigas no estaban en Buenos Aires o no alcanzaba a coordinar un encuentro en el poco tiempo que quedaba para partir, que era lo más rápido posible. No estoy segura, pero me parece que hablé con Ä por teléfono (estaba a punto de cumplir años y no iba a poder ir a verla, de hecho llegué a Santa Fe exactamente ese día de 1989). Y aquí estoy.

Siempre sentí que la había sacado barata, siempre estuve agradecida a no sé qué porque “no me había pasado nada” y me convencí de que no era una “exilada psicológica” porque podría haber cambiado de trabajo, de casa y de costumbres para no sentirme en peligro según lo que mi terapeuta y yo habíamos acordado en la última sesión. Lo cierto es que me pasó de todo, mi vida cambió completamente, dejé atrás todos mis afectos, todo lo que conocía, mi trabajo, mi carrera. Quería estar con papá y mamá, oh si, era lo único que quería. Y que hubiera 450 km. entre A. y yo. Quizás una reacción un poco extrema pero era todo lo que podía y que afortunadamente estaba a mi alcance.

Creo que ya lo escribí, esto de que prácticamente nunca cuento esta historia cuando algo hace que salga a la luz que soy una porteña en Santa Fe (y siempre salta, por una cosa o por otra). Siento este posteo casi como una salida del armario. No alcanzo a entender cuál es la vergüenza, o el dolor, o qué hizo que esta situación estuviera congelada tanto tiempo (sip, este post es como si esa historia fuera derritiéndose lentamente). El hecho de que A. sufriera tanto psíquicamente validaba todo. Tenía sus razones. Y yo lo quería. Entonces no me sentía víctima de violencia, sino víctima de la situación. Supongo que lo mismo debe haberle pasado a muchísimas mujeres que sufren, o directamente perecen. Razones, pfff… Las razones lo justifican todo y son el lado oscuro de cualquier perspectiva. Todos tenemos razones pero hay límites que no deben cruzarse jamás, y es necesario que los pongamos lo más cerca y rápidamente posible de nuestra propia integridad.

Son las 16:00, me voy a la marcha.

Mi blogario, ¿es mi diario? La pregunta sigue abierta. Esto va a necesitar un cierre parece.

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Domingo 5 de junio de 2015 19:36 hs.

No alcanzo a definir la pregunta que desarrollo en este tramo del desafío autoimpuesto del blog. Estuve muy tentada de borrar todo el devaneo de la primera parte, esa navegación sin pudor entre memorias e impactos y búsquedas que no giran alrededor de lo que después se desprende y desangra como relato, pero que hace cierto honor al título que se supone estoy elucubrando. Es que no es así. Creo que todo es una cuestión de intimidad. De esta cosa semipública que se ha hecho fuerte, muy fuerte en los últimos tiempos con las redes, y que un diario siempre cubrió de alguna forma, ¿no? Se escribe para que sea leído, aunque sea por uno mismo, y ese trabajito de sacar afuera el asunto ya posiciona las cosas de otro modo.

A mi nunca me salió, lo del diario. Lo máximo a lo que llegué fue a un BookLog (no sé muy bien por qué se llaman así, pero de una propuesta por el estilo tomé la idea). La foto que encabeza el post es un ejemplo del mío. Una libreta (una agenda en mi caso) en la que anoto lo más importante del día, con algunos dibujitos. La empecé el 1 de enero y la completé diariamente hasta el... 25 de abril. A partir de ahí me empecé a olvidar, algunos días sí, otros no, y desde el 10 de mayo que no lo hago. Y está bueno, es divertido dibujar mal. Capaz que lo retome (estaría teniendo problemas con los hábitos últimamente).

No, querido Blogario, no sos mi diario. Sos íntimo, sí, bastante. Pero no. Aunque de cierta forma sos como un diario, o un semanario para ser más exactos. Desde cierta perspectiva, esta no deja de ser una crónica del #NiUnaMenos. Y parte de una corriente, me parece, de una necesidad de compartir ese terror en diferido que vivimos, las que estamos vivas, porque hay señales y no las pudimos ver o no les dimos bola. Se siente como una obligación para con todas las que no están y las que no estarán, que esto no va a terminar ni hoy ni mañana lamentablemente, lo sabemos.

Encontré en Facebook otro testimonio, voy a cerrar con eso. Porque hay que correr la voz. De alguna manera tenemos que hacernos fuertes, necesitamos ser fuertes. Cuidarnos. Sin paranoia, con compromiso. Porque #VivasNosQueremos

3 de junio a la 1:11 · Ni una noche más, ni una menos ( ‪#‎NiUnaMenos‬ ‪#‎bastadefemicidios‬ ‪#‎VivasNosQueremos‬) Todos los que me conocen saben que soy una persona reservada (dentro y fuera de la virtualidad).Me genera pensamientos contradictorios el uso de las redes sociales, esa línea incierta entre lo privado y lo público me puso a pensar más de una vez, incluso ahora que me debato entre hacer público el pensamiento que me desveló más de una noche.Estas palabras apuntan a visibilizar una de las infinitas escenas que hacen del abuso de la fuerza y el poder el camino de ingreso a situaciones que terminan incluso con la muerte. Hace casi un año me fui corriendo de mi casa, en camisón, en patas, con mi hija en brazos... Más allá de los pormenores (no tan menores) de la situación, la avalancha de significados y pensamientos indigeribles que vinieron luego,con el tiempo, fueron y son pesados, muuuy pesados y difíciles de procesar. Hasta ahora me pregunto, por qué tuve que irme corriendo? cómo llegué hasta ahí? por qué pasó lo que pasó? Muchos, intentando ayudar, me preguntaron por la "zamarreadita", otros muchos pensaron y me sugirieron que obviamente esa era la resultante lógica de una relación que se caía a pedazos, otros muchos me miraron como una loca que "algo habrá hecho", otros obviamente ni se acercaron a preguntar (porque estas cosas son cosas de "parejas"). Yo me sigo preguntando hasta hoy cómo llegué a esa situación. Cómo una piba de más de 30 años, hija de defensores a ultranza de la justicia social, una piba que pasó por todas las instituciones y niveles educativos habidos y por haber, que estuvo siempre rodeada de vínculos afectivos sólidos, contenedores y amorosos, que tuvo miles de herramientas previas para correrse a tiempo, sólo pudo correr con su beba en brazos... Lejos de victimizar y culpar (me, nos, lo) pienso en mis preguntas, en mis desvelos, en qué pasa cuando la palabra falta a la cita y todo se va al carajo, pienso en que con todas mis herramientas solo pude correr, y pienso en aquellas que no tienen nada, ni la posibilidad simbólica y menos aún la fáctica de escapar ... ¡Qué difícil es desarticular la densa y pesada cultura! Esa herencia que no sé porqué permite la "zamarreadita correctiva" cuando una quiere otra cosa, cuando una ya no sabe cómo mierda cortar la cosa y transitar el jodido camino de la desvinculación amorosa....... Es difícil desarticular, pero sí es posible visibilizar las escenas de lo cotidiano... Todas estas cosas (y miles otras) hacen que hoy marchemos.... bahhh!! marchemos es un modo de decir que cada uno haga visible como pueda, lo que pueda y cuando pueda la escena íntima, la que sucede puertas adentro, que haga conciente y desarticule la condescendencia cultural que siempre siempre siempre es de ojos cerrados.Yo no creo que vaya a la marcha, nací en un seno militante y desde que nací fui a miles, de muchos tipos y colores y ya estoy un poco harta, pero sí estoy movilizada y este tema me convoca, me incluye. Con todo esto hago de mi experiencia una reflexión, mi reflexión. Acaso quizás termine iluminando algo o sólo termine con mis desvelos, durmiendo en paz. Lucia

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