24. Mi abuela
Hoy es sábado 18 de junio, son las 17:40 hs. de un día brillante, con uno de los cielos más perfectos del año. Estuve un par de horas mirándolo sentada en el pasto al ladito del río, pensando entre otras cosas lo bueno que es sentir el sol entibiándote. La belleza me pudo y traté, como siempre, de hacer lo imposible: una captura. Las fotos fueron a parar a un album en Facebook que no llegan ni a los talones de los talones de la realidad. Ahí las subí recién, y cambié mi portada (soy portadoanímica) y la foto de perfil, cuyo pie de foto dice “papá y yo (+ el reloj del abuelo)”. Ahora que escribo me doy cuenta que será la foto que va a ilustrar este post, cuyo título según indica mi lista disparada en diciembre de 2015 es “Mi abuela”. Me encanta ese “mi”. Que no me queden dudas, nada de “abueleidad”. Es la mía. Y el error del singular, ¿cómo hablar de una sola? ¿En qué cabeza cabe? En la mía, el año pasado, según tomo nota. Pues bien, vamos a trabajar desde este error o preconcepto o falsa creencia o negación o vaya uno a saber o quizá si lo vaya a saber al final de este post.
Así que me toca arrancar con la mamá de mi papá, el que me sostiene en la foto, y yo tengo aproximadamente el tamaño de su brazo. Además el mañana de cuando escribo, el hoy de cuando publico es el día del padre, vaya como homenaje hablar de su madre. (Y de su padre, cuyo reloj figura en primer plano, el que fuera robado en el almacén que teníamos en Morón, que fue lo único que papá pidió que no se llevaran pero no hubo caso. ¡Ah! De su padre y él tengo una foto tan pero tan pero tan linda... Debe estar por ahí, un día de estos la tengo que postear).
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19/06 - 12:09 hs
Caramba, pasó el tiempo pero ahora entiendo por qué ese preámbulo insólito sobre los hombres de la familia siendo “Mi abuela” el tema de atención. Acabo de tener un ¡Ahá!Moment conocido en los círculos eruditos como epifanía. Hete aquí (ja, me encanta decir ese “hete” pero me resulta raro verlo escrito) que, cuando mamá quedó embarazada, papi eligió inmediatamente el nombre de su propio padre para su hijo, mmm…, este… o sea. Juan Carlos se llamaba mi abuelo, que murió repentinamente a los 56 años de una peritonitis. En ese momento papá tenía 22 años y vio trunco su sueño de estudiar medicina, se volcó a trabajar más de lo que ya lo hacía para ayudar a la familia. Este es un recuerdo vago de algo que se decía en casa, porque lo cierto es que conoció a mami el mismo año en que su padre falleció (1950) y eran novios hacía un par de meses, ignoro si realmente los estudios universitarios estaban tan definidos en sus planes, aunque probablemente sí (había terminado el secundario, lo cual era una rareza para los nacidos en 1927).
Sin que nadie me diga nada yo siento que a papi le había pegado fuerte con la paternidad el temita de la perpetuación del apellido. Más allá de primos y la mar en coche que la verdad ni conozco, su rama familiar se componía de él y dos hermanas (mayores). La continuidad cabrerística del linaje, tal como se conocía entonces, estaba en sus manos. Pero no fue. Si, si fue, pero vengo a ser el broche final, ponele. “Juan Carlos” habría perpetuado una cuestión genética a su gusto, cuya importancia vital yo no termino de entender (más allá de la conexión a la tribu y mucho de lo peor y lo mejor que nos configura, pero que nos impide a la vez hacer de este mundo un lugar habitable).
Bueno, la verdad que no sé muy bien qué pasaba por la cabeza de Cabrera, pero que quería un nene, no hay ninguna duda (y tal vez sembró también la semillita de la incertidumbre de género). De hecho en algunas cartas a mami le habla con total desparpajo “del nene”, hasta que se ve que mi vieja lo frenó entonces no le quedó otra que agregar la posibilidad, entre paréntesis “(o la nena)” (como escribió en la tarjetita del regalo de navidad de 1964) de que algo como yo llegara al mundo.
Me resulta raro a esta altura de la partitura observar esto de mi viejo porque, otra vez, para ser un tipo nacido en 1927 era lo menos machista que había en plaza. O al menos se manifestó en modo exceso de caballerosidad y romanticismo (y no lo capté del todo). Bue, ¿qué tiene esto que ver con “Mi abuela”? Sería fácil contestar “tiene, ¡si es la madre!” pero mi epifanía es de las retorcidas y me hace dar un viraje. Sip.
El sentido de justicia de papá, cuando frenó un poco con su entusiasmo varonil y reconoció la posibilidad de la nena, decidió que, si así fuera, debería llevar el nombre de la abuela materna. Algo que mi vieja no había ni imaginado. Creo que a esa altura “Norma” ya estaba elegido (hablé algo de ese tema, estoy empezando a confundirme mucho con tantas semanas, cuando llegue a la 26 tendré que hacer un repaso para tener a la vista lo ya dicho, creo que hasta dije algo por el estilo ya, ohhh, me aburro de mí). Mami no sentía en absoluto la necesidad de inscribir a su familia en mí, pero Cabrera se sentía descompensado si no lo hacía, así llegó “Elisa” a formar parte de lo que me nombra (y a darme las mismas iniciales de la Nippon Electric Company, por lo que más de una vez me encendí y apagué repetitivamente en algún cartel NEC de neón).
Si, Elisa. Mi abuela. La materna. Cuyo nombre, vaya uno a saber cómo, también era el segundo de mi madre, Martha Elisa. Me extraña porque mami tenía una hermana mayor (entre sus cinco hermanos) que no llevaba, que yo sepa, el nombre de sus abuelas. (CORRECCIÓN: si llevaba, Ángela Josefa, la mayor, nieta de Josefa Palaoro, fin del misterio mirando el árbol genealógico que alguna vez me puse a cargar en MyHeritage gracias a descubrir unas cuantas partidas de nacimiento y defunción). Por qué mi mamá llevó el nombre de la suya no lo sé, pero sí sé que yo lo llevo por un sentido de equilibrio de papá. (AHORA que copio esto en la netbook me doy cuenta que TAMBIÉN YO LLEVO EL NOMBRE DE MI MAMÁ!!!! Cincuenta años pensando que Elisa es el nombre de mi abuela, lo cual es correcto, pero acabo de decir “mi mamá llevó el nombre de la suya”. ¡Yo también el de la mía! Pardiez. Ya sé que lo de la abuela es más fuerte porque es su primer nombre, pero de hecho hay más identidad con mami que lo llevó en el mismo lugar que yo, el segundo. Estas cosas de los descubrimientos escriturintrospectivos, sorprendentes e inútiles, dan para quedarse con la boca abierta un buen rato).
Cuando era chica, o adolescente, hacía siempre el mismo jocoso pero firme comentario: “mi abuela se llamaba Elisa, mi mamá se llama Martha Elisa, yo me llamo Norma Elisa, y mi hija NO se llamará Elisa”. No sé por qué lo decía, ni por qué tenía tanta seguridad. Me parece que lo que más pesaba era un alto sentido de la rebeldía, una ruptura con la tradición. Supongo.
No sé casi nada de mi abuela, de esta abuela. Pero estoy sentada en el patio, al sol, en un lugar y una posición algo insólita, que nunca había adoptado hasta ahora. (Ese “pero” tiene una razón, ya va a llegar). Estoy tomando unos mates, escribiendo en mi cuaderno, mirando la pared, de espaldas al sol para que no me encandile. Estoy muy cómoda, con los pies sobre el banco de madera, mientras S. arranca con la poda anual de los meses sin “R”.
Y en otro ¡Ahá!Moment (no tiene estatura epifánica, no es para tanto) recuerdo que en el mismo lugar en el que estoy sentada hubo, durante mucho tiempo, una planta que ahora está en el jardín del frente, transplantada por la construcción de la pérgola. Una de mis favoritas, conocida como “primavera” o “corona de novia”. Lo cierto es que yo me identificaba mucho con esa planta. Es a causa de una metáfora de jardín también medio retorcida (cómo estamos hoy), pero si me tienen paciencia la puedo explicar.
Como vengo contando en otros posts a partir de una crisis personal del año 2009 tomé contacto con montones de ideas, corrientes, filosofías, lifestyles, etcétera. Rompí, o se me rompieron a la fuerza mejor dicho, muchos esquemas (no digamos todos que sigo trabajando en eso) y me transformé lentamente en una persona bastante “open mind”. Algo que no fui jamás en toda mi vida, signada por una tendencia al fundamentalismo que da miedo (no hace falta decir que sigo trabajando en eso). Así me encontré, como con tantas otras cosas, con el universo de las “constelaciones familiares”, mundo del que sé poco y nada pero que me genera gran gran curiosidad. (Acá debería hacer un paréntesis, ir hasta la netbook y googlear para dar una explicación más o menos decente del tema, pero me da una fiaca terrible (el sol está tan lindo...). La verdad que no tengo ganas de ponerme a explicar qué es, así que cuando copie esto en la compu wikipediaré (y será lo que leerán a continuación tal como está planeado)).
El plan no funcionó, la wiki además de asegurar que no es ciencia explica poco y nada. Aparte encuentro definiciones pobres o demasiado extensas. Y no viene mucho al caso tampoco, es sólo para contar la fuente de inspiración de mi metáfora familiar jardinera. En las constelaciones familiares, que es una terapia alternativa, un grupo de personas se reúne para “constelar” el sistema familiar de origen de aquel que busca una solución a algún problema. La persona que constela elige un representante entre los presentes para cada miembro de su familia y los distribuye en el espacio de la forma en que mejor le parece. Esta ocupación revela cierto tipo de conflictos y exclusiones para el ojo entrenado del constelador, que se ocupará de hacer ajustes según lo que ve, lo que fenomenológicamente conoce a través de esta línea de trabajo y lo que los asistentes le comunican que van experimentando.
Esta descripción es muy salvaje, es sólo lo que yo más o menos alcanzo a observar. Participé en una experiencia en la que una persona consteló su anemia. Sip. Un síntoma, una enfermedad que se le estaba haciendo medio crónica, y un problema de esa naturaleza es tan capaz de ser el centro del trabajo como una fobia, o la mala relación con el padre, o mil cosas más. Antes había constelado otra persona y tanto S. como yo observamos con bastante sorpresa que sucedían cosas “reales”. A ver cómo lo explico. Ambas tenemos la mirada entrenada en la representación, hemos dado montones de talleres de teatro y participado en miles de ensayos y trabajos de improvisación con actores, principiantes, gente que nunca hizo nada del tema, especialistas. Conocemos bastante del tema. Si bien aquí no hay ningún tipo de objetivo ficcional, la metodología ocupa algo de este mundo tan conocido para nosotras. La “representación” se circunscribe a “tomar el lugar de” en el sistema familiar, los participantes no deben actuar ni hacer nada que no deseen. Pero el hecho es que hacen cosas, terminan haciendo y sintiendo cosas, y, acá viene nuestra mirada profesional, esas cosas no tienen NADA QUE VER con el trabajo típico de un tallerista teatral. ¿Me explico? Hay algo que sucede ahí que no puedo explicar de qué orden es, y que las constelaciones intentan develar.
Bueno, no me extiendo más, yo había pasado por esta experiencia tan fuerte en la que, ¡ah!, casi me olvido de contarlo, a S. la seleccionaron para representar nada menos que a la anemia de quien constelaba (le dieron el protagónico). Una vez puesta ahí, en el espacio de trabajo, S., con un millón de años de teatro encima, escéptica hasta la maceta con lo que estábamos viviendo (había ido más para acompañarme que para otra cosa) descubrió que súbitamente se sentía mal. Tuvo que sentarse en el piso. Digo, no hay sugestión ni inexperiencia ni nada que pueda justificar la situación más que se había puesto en funcionamiento algo de esta maquinaria psíquica grupal que se experimenta en estas situaciones. Muy asombroso.
Se constelan organizaciones, también se hacen trabajos con objetos. Es un universo muy fascinante. Conociendo apenas estas cuestiones un día se me dio por representar a mi familia en el jardín. A ver, no es constelación ni a palos lo que hice, digamos que esta situación me inspiró a ver las plantas de otro modo, un juego de metáforas si se quiere. Y arrancó con la rosa.
Cultivo una rosa blanca (José Martí)
Cultivo una rosa blanca
en junio como enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo
cultivo una rosa blanca
Este poema era el único que mi papá sabía de memoria y lo recitaba cada vez que podía para mostrar su habilidad. Eso hizo que la rosa blanca del patio siempre estuviera para mí ligada a mi papá. En las constelaciones familiares (y en un montón de otras perspectivas) hay una cuestión espacial ligada al padre y la madre, o a lo femenino y lo masculino, relacionada con la lateralidad: el lado izquierdo representa lo femenino y el derecho lo masculino, mamá y papá. Si la rosa blanca del patio era papi, mmm, la santa rita ocre es mami y… ¡yo era la primavera! Que estaba exactamente en el centro, entre las otras dos plantas (el lugar en el que hoy puse sin pensar mi sillón) y unos metros más adelante de las otras, como se suele representar en las constelaciones. Ya sé, no me digan nada, esto es una pavada total, una pavada tremenda. Pero yo seguí armando más o menos el árbol familiar en la jungla del patio, y algunas cosas no estaban tan perfectamente acomodadas como el trío de origen. Y me pareció a mi, que seguro estaré equivocada, que algunas cosas de mi familia podían revelarse ahí, aunque no las sepa interpretar.
Pues mi abuela Elisa, de la que no sé casi nada, era una Hardenbergia Violácea. Una enredadera fuerte, vigorosa, con una de las flores más delicadas y exquisitas que conozco. Me gustaba mirarla pensando que de alguna forma la veía a ella. La planta no sobrevivió a una encharcada terrible producto de un anegamiento por lluvias, todavía lo lamento. Mi abuela murió muy joven, creo que a los 33 años, pero no tengo partida de nacimiento que lo acredite (tendría que ir a visitar de una buena vez a la tía M. y preguntarle). Ya tenía seis hijos. Venía de cuidar a su madre moribunda. Tuvo un derrame. Mi mamá siempre culpó a su padre de no haberla atendido lo suficiente y tuvo una relación horrible con mi abuelo (de ahí en adelante seguro, quizá también antes). Es todo lo que sé de Elisa. Y que mi mamá la adoraba (creo que tenía unos 17 años cuando la suya murió).
Para las constelaciones familiares la repetición de los nombres anuncia de algún modo un tipo de patrón a repetir, o cosa que se traslada de generación a generación como para completar y que cuesta dilucidar. Creo. Insisto, tomen con pinzas todísimo lo que digo. Es mi salvaje albedrío en acción pensando en voz alta lo que alcanza a interpretar. Yo nunca constelé y no tengo en verdad preguntas cruciales para hacer sobre mi sistema familiar. Me contento con haber tomado contacto durante tanto tiempo con una planta como si fuera la madre de mi madre, en la que estuve potencialmente presente. Eso lo aprendí hace muy poco, un dato que refuerza la pertenencia de lo femenino de un modo apabullante. Nacemos con nuestro stock de ovocitos completo, de los que nacerán los óvulos que tendremos durante toda nuestra vida, es decir, el feto tiene todos los ovocitos formados. O sea, cuando mi mamá estaba en la panza de mi abuela ya tenía el ovocito del que saldría el óvulo que terminaría por llamarse Norma Elisa. Wow.
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¿Cómo hablar de una sola abuela? Esa era mi pregunta al iniciar el post y sí, creo que de algún modo la contesté. Sólo que se trató de la materna en lugar de la paterna, de la desconocida en lugar de la única que conocí viva de mis cuatro abuelos (tenía su foto preparada y todo, ya te llegará el turno Paulina). No sé todavía muy bien de qué se trató este post. Quizás un poco de la enorme carga de vida e historia que tenemos en la espalda, a la que muchas veces le damos justamente la espalda y no obstante se las arregla para aparecer, colándose en actitudes, en concepciones, en esquemas que sentimos propios y que simplemente hemos naturalizado porque así se hacía en casa, porque si lo hacía así mi familia esa es “la” realidad. Y eso desde un punto de vista que todavía está cerca de hacerse consciente, ni hablar de las capas invisibles que las constelaciones parecen poner en movimiento. Desmantelar/se puede ser un trabajo largo, arduo y doloroso, pero es apasionante sentir que una se acerca poco a poco a lo que realmente es. Y que se inscribe en la tradición de la que deviene, no al revés, como todo a la fuerza parece demostrar.
Esa es un poco la tarea en la que estoy, como a su manera lo habrá estado mi madre y, claro, mi abuela. Supongo. Por algo llevamos el mismo nombre, pesado nombre, cuyo significado es "promesa divina". Y es todo un desafío entender lo que eso significa.