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51. Altruismo


Me sarpé. Seguí de largo. Estoy al final al final al final del año escribiendo dos semanas juntas para variar. Y es lo que fue. Arañando. Es que "Papá y mamá" en el post número 50 daba para cierre, no me digan que no. Esto de que sean 52 las semanas en total hacen un poco difícil plantar la banderita (y dan una excusa servida, ¿cómo resistirse a aprovecharla?).

Aparte de esa sensación ridícula tengo razones para la demora, claro, como siempre. Y una de bastante peso. El lunes, con la semana vencida, pensaba ponerme a escribir. Me había dado un "changüí" por la navidad, pero no era una demora tan significativa. El problema fue que llovió toda la noche, a punto tal que cuando nos levantamos S. descubrió que se había inundado el patio y ya entraba agua por el lavadero, arrinconando al Pancho contra la puerta de la cocina y haciéndolo anfibio.

Rescatamos al cánido (quedó evacuado en la mitad de la casa y la otra mitad fue imperio gatuno, gracia'dió por la idea de poner esa puerta corrediza) y nos pusimos a nuestras habituales tareas de contingencia en estos menesteres (correr el deck, instalar la bomba, achicar, achicar, achicar como si el patio fuera un bote y siempre y cuando el nivel externo del agua lo permita). Estábamos en eso (uso el plural exageradamente porque S. comanda siempre el operativo, pero yo también estaba apersonada en el lugar) cuando apareció el Verdaguer por los techos. Para los amigos Verdi, Verdín o Aberdeen Angus, un gato hermoso de unos vecinos, que se aquerenció también en casa desde el primer día y bue, es también como de la familia (la foto del post es sólo ilustrativa, no es del día en cuestión pero sí es el felino susodicho). El tipo siempre come y duerme tranquilo la siesta por acá y la situación hídrica lo tenía nervioso. Había tanta agua que no podía bajar. Y quería su ración extra, estaba muy claro. Busqué la comida y S. lo solucionó enseguida: se estiró un poco y puso el platito arriba del galpón. Listo.

Verdaguer comió en medio de la garúa, y pasó a otra cosa como suelen hacer los gatos. A mi me preocupaba que el alimento quedara ahí bajo el agua, iba a arruinarse. Ese fue el principio. Esa sensación de apremio, de urgencia. Por un puñadito de alimento, me cachen'die. Será bueno el alimento, si, todo lo que quieras, pero era un puñado nomás. La cosa es que se me puso en la cabeza que había que bajar eso de ahí de inmediato. Y yo por más que me estire, nop, nones, no llego. S. estaba ocupada en cosas como sacar la tapa de la caja de inspección donde sumergimos la bomba para hacer su tarea, con el agua muy por arriba de los tobillos, lejos. Mientras tanto yo estaba obsesiva con bajar un platito de comida del techo del galpón, mirándolo y pensando estrategias absurdas como pensamos todos los seres que hemos sido poco bendecidos en nuestra estatura corporal.

No sé si todos, no voy a exagerar. Habrá petisxs coherentes por el mundo también, por qué no. Pero no es mi caso. Los granitos de comida sumaban humedad a cada segundo que pasaba, era menester encontrar una pronta solución a tan agudo y grave problema. Entonces las vi. Ahí estaban: dos espléndidas macetas, preparadas cuan escalera al cielo, listas para mi ingeniosa trepada y gratificación. ¿Qué podía salir mal?

Ya saben cómo termina la historia ¿no? De algún sutil modo lo voy insinuando, ajá. La cosa es que S., conocedora de mis típicos planes intrépidos y absurdos, luchando con la manguera de tipo corrugado y su instalación en el pico de la bomba, advirtió: "no hagas boludeces, ya lo bajo". Peor, mucho peor. Ni siquiera sé si esa fue la frase, no había ni una pizca de ironía en su tono en realidad, la única intención era que no hiciera una pavada, estoy segura de eso. ¡Pero peor, mucho peor! ¿Cómo no voy a poder resolver semejante estupidez sin siquiera ir a buscar la bella escalera de aluminio de tres escalones, liviana de transportar, que estaba descansando en la cocina a pocos metros del lugar? ¿Para qué hacer semejante viaje si me puedo subir a las macetas y hacer todo en un tris tras?

Pie izquierdo a maceta rectangular medio baja, ok. Primer paso dado. Pie derecho a segunda maceta, más alta, y poco menos de un metro más adelantes. También ok. Casi misión cumplida. Mano izquierda sobre techo de galpón para sostenerme, super ok, soy ultra precavida, ya casi estamos. Sólo falta estirar mano derecha y estirarme toda yo junto con ella para rescatar al platito amado abandonado y poner a salvo y sequita la comida. Ya lo tenemos. Nada de pará, nada de para qué, nada de nada S., silencio, ya estoy a punto de definir la misión, y será un éxito.

Pero las macetas estaban sobre ladrillos, yo no me acordaba de eso. Un lindo pisito de ladrillos acostados, muy estable, no tenía por qué pensar en eso, no iban a generar ninguna inestabilidad. No, claro. No por sí mismas. Sólo que si mi humanidad entera, por más baja que sea, se inclina hacia la derecha en afán de alcanzar el plato, es justo considerar que la maceta, por la fuerza que mi cuerpo desequilibrado le impone, hará lo mismo. Nada de enterrarse más en la tierra, no no, ¡si no está sobre ella! Yo me inclino, ella se inclina, nosotras, ella y yo, nos vamos de golpe a la mierda.

Y acá viene la pregunta del millón, bah, no, esa pregunta debería ser por qué soy como soy, ya sé. No, yo digo esta otra. La pregunta es si la maniobra que pergeñé para evitar la primera maniobra que pergeñé evitó una catástrofe o generó una calamidad. Me explico. Cuando la maceta insistió en caer lenta lentamente hacia la tierra y dejarme sin suelo bajo los pies todo mi cuerpo se aferró al techo del galpón. Si. Así de ridículo como suena. De acá no me suelto. ¿Será porque vi tantas películas? Digo, cuántas, cuántas poldió habré visto en que protagonista, secundario, red shirt, lo que sea, alguien cuelga con un solo brazo de una cornisita y aguanta y aguanta hasta que no da más y cae o no da más y alguien lo rescata. Eso. ¿Cuántas? Miles. Se ve que mi entrenamiento mediático psicofísico me jugó una mala pasada y me lo creí. O bien mi fuerza de brazos es paupérrima, no sé. O las dos cosas. El tema es que la maceta dejó de sostenerme y yo quedé colgada con mi brazo izquierdo del techito del galpón. Y pude sentir cómo la fuerza de la gravedad lo estiraba y lo estiraba, tratando de llevarme a las fauces del vacío (unos ¿cuarenta centímetros?). Pero no contaba con..., con..., conmigo. Yo tampoco. La pregunta del millón es: ¿era tan trágico caer cuarenta centímetros? No era una buena situación, es cierto. Un pie adelante, el otro atrás, dos macetas de cemento. ¿Qué riesgo corría? Nunca lo sabré. No puedo decir qué hubiera pasado si me soltaba. Sé lo que pasó porque no me solté.

Recién largué la superficie segura del techo cuando la maceta quedó horizontal sobre la tierra y pude bajarme con apenas una variación mínima de aire entre mis pies y ella. Ahí casi me descompongo del dolor del brazo. Si. Claro. Me cagué el brazo, mal. Distensión, desgarro, llamémosle más o menos así. No hubo enrojecimiento de la zona, señal de que no llegó la sangre al río pero... duele. Muy mucho. Y escribir en la netbook no es la tarea más sencilla, si bien cuando consigo dejar quieto el brazo y centro el movimiento a partir de la muñeca el dolor remite.

En fin, que el chiste me costó ya más ibuprofenos que los que había tomado en los últimos cuatro años. Y mi plan de escritura se arruinó completamente. De hecho pensaba hacer un balance como el que hice a mitad de año, dividido entre este y el post que viene, pero me parece que voy a dejar todo para el último porque hacer estas líneas me costó bastante. Con un par de días más de descanso quizá me recupere. Tengo todo el 31 para completar la semana 52 antes de que termine el año, glup.

Estaba esto de que el tema de reunión era "altruismo". Y yo lo único que pensé al respecto fue que seguro que tenía que ver con "otro" porque "altru" me sonaba y sí, tenía razón, viene de "alter". O sea que es lo que sea que se haga pensando en otro. Lo cual puede ser sumamente egocéntrico desde mi punto de vista. De hecho creo que siempre todo lo que hacemos lo hacemos por nosotros mismos, incluso cuando sentimos que lo hacemos por los demás. No me traía más asociaciones que éstas la palabreja en cuestión, y el balance me venía como anillo al dedo. Era cuestión de encontrarle un enlace, una asociación y listo. Pero no contaba con mi brazo izquierdo.

Pensamos en los otros cuando nos sentimos seguros. Sólo entonces. Y el "segurómetro" varía enormemente de una persona a otra. Y aunque la idea de que hay un suelo firme bajo nuestros pies es pura ilusión, casi que nos acostumbramos a creerlo. No llego a ningún tipo de conclusión contando esto. Me duele el brazo, eso es todo. Impregna todo lo que escribo en este momento. Eso, y saber que cuarenta centímetros se pueden transformar en un precipicio, y que el vacío está antes en nosotros que en el salto que estemos dispuestos a dar.

Como ahora. Que faltan tres días para que termine el año. Y un solo post de este blogario.

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